miércoles, 9 de julio de 2008

CRIATURAS DE LA NOCHE
Ocho de la noche. Un crepúsculo rosado aparece, colores cálidos invierten la frialdad de un cielo que era azul. El sol, en unos minutos se ha escondido tras los cerros que rodean esta ciudad. Es de noche, al fin.
En las casas de sólo unos cuantos escogidos, o mas bien decididos, se abren las regaderas para dar oportunidad a un nuevo aroma; perfumes, tacones, sombras; colonias, rastrillos, camisas.

Diez de la noche. Solos o acompañados, los autos y peatones recorren la ciudad iluminada por “faroles de la gente” rumbo a donde decidan ser lo que de día no podían.
Un bar de dos nombres, uno por que así se registró y el otro porque así se llama el dueño, se encuentra esperando, pero no es una hora más tarde hasta que los jóvenes y los no tanto pagan a la cajera y cruzan la puerta para entrar a un mundo de música, cual de estar por debajo de las expectativas en una ciudad tan pequeña, levanta su fama y el tronido de las bocinas.

Ahí y en muchos otros sitios repartidos es donde se encuentran ellas, ellos, esos, esas criaturas de la noche. Una mujer con ojos enmascarados en maquillaje oscuro, vestido corto y pelo suelto, cuando unas horas antes vestía de camisa blanca, falda azul marino sastre y cabello recogido sin error. El hombre que no alcanzó a cambiarse en su casa como los otros afortunados y baila entre la gente con su camisa Coca-cola color caqui.

Doce de la noche. La barra se ve colmada, todos quieren un poco de alcohol, el famoso lubricante social, para reír y desestresar un cuerpo que horas antes pudo haber sido de un empresario. Whisky, vodka, cerveza, agua mineral y para botanear: fruta.
Después de escuchar por un tiempo un disco corriendo por su cuenta, entra el personaje principal de la noche, al que a muchos ni les importa, aunque a fin de cuentas es quien les ritma el ánimo con sonidos electrónicos, a veces mal mezclados otros bien formados, es que depende quien sea el invitado.
Una de la mañana y el lugar se llena de un sordo calor que a nadie parece importar, entre la muchedumbre en un lugar que está a reventar, y a nadie parece molestar porque a los que sí ya escaparon al patiecito trasero, entre los baños de damas y hombres, un rostro femenino afroamericano y una banca de madera. Bailan cuerpos que muchos de ellos ya sudan o descansan en sillas, bailan como Dios o su imaginación les manda porque aquí nadie se fija o dice nada.
Ya van a ser las tres y el lugar comienza a vaciarse. Cuerpos cansados de un baile no tan frenético pero si constante, algunos emborrachados se retiran resignados ante el rechazo de un local que casi por ley ya debe de cerrar.
En unas cuantas horas toca otro baño y las criaturas vuelven a ser humanos.
POR LOLA MALONE